EL PENSAMIENTO Y LA TÉCNICA DEL ARTISTA

Impulsado por una determinación absoluta, Bucaille se centra en todas las dimensiones que ofrece el mundo, desarrollando cada aspecto del programa cósmico como un sabio escolar lo haría con un cubo de papel. El espectador es libre de escrutar este arte forjado de pasadizos subterráneos que estallan, cuevas pulverizadas, prados cubiertos de flores rotas bajo cielos salpicados de relámpagos, todo ello arrastrado en un torbellino hasta el borde mismo del paroxismo.

Bucaille es un vidente con ojos de tierna cianita, para quien la vorágine no tiene secretos. Sus cuadros exigen que el espectador los asimile inmediatamente, si no quiere esforzarse a lo largo de una considerable porción de vida hacia el «conocimiento» que le darían los libros, que aparentemente lo explican todo. Pero como este último fenómeno recuerda la lenta elaboración de un arrepentimiento que podría recordar el momento de un destello olvidado, hay que convenir en que sería una lástima para el espectador estudioso que perdiera toda esperanza de experimentar lo que Bucaille tan generosamente nos da a ver. Pocos pintores, en efecto, se han entregado como él; así que el misterio de Bucaille hay que buscarlo, sin perderse, en la naturaleza, tan simple y tan compleja a la vez. Pero muchos de ellos han perdido su llavero, y parece que cuanto más se avanza, más doradas se vuelven las llaves. Es el nudo gordiano que sólo los hombres de buena voluntad, ayudados por la clarividencia, pueden desatar.

Bucaille inspecciona lo que nos rodea con ojo de águila, y la transmutación que impone a este espectáculo lo lleva al equilibrio profundo de una especie de agua pesada. Su arte está en el borde mismo de los remolinos de su sensibilidad, y los asume sin desviaciones. Es como una filosofía, como una serpiente que se muerde la cola; es la renovación de una fuerza centrípeta en perpetua aceleración.

Théodore KOENIG
1960